Por Marisa Flores.
El 14 de julio de 1789 se produce un hecho político que marcó la historia del mundo occidental: la toma de la Bastilla. La primera victoria del pueblo de París sobre un símbolo del Antiguo Régimen.
Los revolucionarios redactan el documento fundamental que perfila el nuevo orden: la Declaración de los derechos del Hombre y el Ciudadano.
Así nace una nueva superestructura jurídica y política inspirada en el paradigma contractualista, barriendo las estructuras feudales, asegurando así la transición hacia la sociedad capitalista.
Junto con los hombres ilustrados, los seres más sometidos que había generado la sociedad soñaron con ese mundo igualitario. Todos por igual lucharon por imponerlo, dieron sus vidas por el ideal de libertad, igualdad, fraternidad y propiedad en la Francia de fines del siglo XVIII.
Cuando esta revolución triunfó en 1789, el mundo europeo y sus colonias, las mujeres y los esclavos de las lejanas Indias Occidentales, creyeron ver amanecer un futuro que disolvería las diferencias jerárquicas que los mantenían sometidos y sometidas a la autoridad del varón blanco.
Hoy traemos el recuerdo de una noble girondina, Olympe de Gouges, quien escribió la “Declaración de los derechos de la mujer y de la ciudadana”. Este escrito traducía al femenino las reivindicaciones del emblemático documento, formalizando la toma de conciencia de que la opresión femenina atraviesa los tres estamentos que componían hasta ese momento la sociedad feudal (nobleza, clero, bajo pueblo o Tercer Estado). De Gouges habla a la mujer revolucionaria, aquella que participó en las convulsionadas horas en donde peligraba la revolución y había que defenderla en las calles, participar en las asambleas que se desarrollaban en los clubes, acechada por todos lados por conspiraciones y enemigos:
“Mujer, despierta! La campana de rebato de la Razón resuena por todo el orbe. Conoce tus derechos. […] La antorcha de la verdad ha expulsado todos los oscuros nubarrones de la estupidez y de la arrogancia de la fuerza. Para hacer saltar sus cadenas debió el hombre no sólo tensar sus propias fuerzas, sino que tuvo que recurrir también a la ayuda de las tuyas. Pero, ahora que es libre, trata injustamente a su compañera. ¡Oh, mujeres! ¿Cuándo abandonaréis vuestra ceguera? ¿Qué ventajas os ha traído verdaderamente la Revolución?“.
Esta prédica no pende en el vacío, sino que se referencia en un movimiento político y social del que las mujeres han formado parte desde el inicio.
Decepcionadas por los escasos cambios que la Revolución había operado en sus vidas, preguntaban a los diputados si “la gloriosa resurrección que está renovando la faz de Francia” estaba reservada solamente a los varones.
Presentaron un proyecto de ley que solicitaba la supresión total e irrevocable de los privilegios masculinos. La ley propuesta preveía un cambio en el plano simbólico también, al sostener que el uso de los pantalones no debía estar reservado a los varones y debía acuñarse el femenino del término que describía al nuevo sujeto político, citoyenne.
Las exigencias de igualdad jurídica bajo argumentos irrefutables, no tuvieron consecuencias prácticas. Los revolucionarios siguieron escuchando con aires de condescendencia las legítimas reclamaciones para archivarlas unos segundos después.
En este nuevo escenario donde la plenitud humana se define a través de la participación en la vida social que es el derecho de ciudadanía, la lucha feminista estará signada por la persecución de este objetivo, situación que se reflejará en la praxis y los desarrollos teóricos desde la revolución francesa hasta el movimiento sufragista del siglo XX.