Por Agustina Maldonado
La ciudadanía política involucra una serie de dimensiones y prácticas que atienden al derecho al sufragio – aspecto tradicionalmente más destacado-, la posibilidad de representar al pueblo en ámbitos legislativos o ejecutivos de distinto nivel jurisdiccional –municipal, provincial o nacional-, participar en espacios de acceso al poder como los partidos políticos – a través de la inserción en distintos puestos de decisión, la inclusión en listas electorales – o en movimientos sociales o políticos de diversa entidad. Finalmente, la ciudadanía política performa al sentido común que percibe a las personas de cierto modo y, al mismo tiempo, las personas se apropian del status que la ciudadanía implica e, incluso, potencian una subjetividad que puede no reflejarse en un derecho tangible.
Entre 1880 y 1916 se asiste a un proceso de transformaciones que tradicionalmente ha sido analizado como el de consolidación de la Argentina moderna.
Consistió en el aprovechamiento al desarrollo del naciente capitalismo mundial. Para llevar esto a cabo era necesario construir un poder político centralizado, que ya no estuviera en manos de la élite o de caudillos, ni que existieran enfrentamientos militares para dirimir conflictos .
A partir de esto nace el Partido Autonomista Nacional , que lleva a Roca a la presidencia y es la expresión política de acuerdo entre grupos provinciales que imponen este poder centralizado y se conforma esta nueva élite política cerrada y exclusiva, muy limitante de la participación popular.
La conformación del estado era crucial para poner en marcha el desarrollo de producción de carnes y cereales – las características de la generación de riquezas basada en la exportación de productos agropecuarios, el período fue designado con el nombre de la “Argentina agroexportadora“; el famoso mito del granero del mundo – La elite, en esa conformación, tomó en sus manos el curso civilizador. El Estado se sirvió de distintas herramientas entre los que las leyes cobraron gran centralidad.
Así comenzaron la ocupación militar de tierras productivas – o sea las tierras de los pueblos originarios – con la nefasta campaña del desierto de 1879. Que desemboca en la privatización de la tierra, para producción y mercado inmobiliario y muy importante reformas políticas y económicas de la mano de un cambio cultural muy profundo. La europeización de las costumbres locales , demonizar la cultura local como “bárbara” y construir el ideal que los habitantes del país no eran aptos para la civilización lo que reforzaba el proyecto de la elite de “repoblar el territorio nacional con inmigrantes”. Y por ultimo la creación del mito racista del “crisol de razas” que busca homogeneizar la población haciendo creer la existencia de una “raza argentina” que solo termino fogoneando la discriminación y la invisibilizarían , como un ejemplo del péndulo de la inclusión/exclusión el mito del crisol al no excluir directamente la diversidad, fuerza a la asimilación, como condición para participar de la vida social – te incluyo te hago parte de una raza argentina, forzando a la vez a asimilarte a un sujeto político del cual nunca vas a poder ser reconocido como tal -.
Se entiende que en ese proceso modernizador, se intentó modelar sujetos en una relación genérica binaria y complementaria, aunque éstos fueron poco proclives a adaptarse a ese molde. Esos roles socialmente asignados tomaron límites más precisos y, a la vez, incidieron en la asunción de responsabilidades políticas que, cada vez, fueron siendo más específicas y conectadas con aquellas funciones sociales
La historiografía ha estado a tiro con respecto a los procesos de constitución de la ciudadanía pero algunos han sido omitidos como problemas del orden político. Particularmente en relación con los derechos que involucran la ciudadanía política de las mujeres.
A su vez, la historia de las mujeres ha sido especialmente aguda en demostrar el modo en que desde fines del siglo XIX se configuró la maternalización de las mujeres, desde diversas instituciones, a fin de ajustar las funciones naturales con una función social.
La maternidad fue construida desde el Estado con un notable aporte desde diversas disciplinas del campo médico que intentaban afianzar un modelo de mujer mediante la biologización y naturalización de roles sociales
La ideología de la domesticidad operaba de manera convincente con un modelo excluyente de ciudadanía política para las mujeres: era necesario ponerlas en el sitio que les correspondía. Los divulgadores de esta ideología se insertan en las esferas estatales y en sectores de poder que, desde campos diversos – medicina y educación, entre los más importantes -, intentaban ejercer una influencia efectiva sobre las mujeres, especialmente, las trabajadoras y sus hijos. Además, se intentaba regular el comportamiento de la población en los aspectos supuestamente privados, de manera que existiera una correlación entre la no-ciudadanía-femenina/ciudadanía masculina y una división sexual del trabajo que reservaba a las mujeres las tareas “reproductivas” y a los varones, las “productivas”.
Uno de los grandes argumentos de ese momento para excluir a las mujeres del derecho al voto, por ejemplo, era que estar en el padrón electoral era , a su vez, pertenecer al padrón del enlistamiento militar. Y las mujeres no podían estar enlistadas en el ejercito
Las investigaciones han demostrado que el ideal de la maternidad era contradictorio con las prácticas que las madres de toda clase social y edad realizaban.
En este contexto y época mientras se pone a la mujer como objeto de investigación y se empieza a debatir cuál es su verdadera esencia, los grandes “intelectuales” y políticos llegan a un valor acordado que es la figura de la madre, y a través de la romantización de este valor desarrollan una maniobra compensatoria para la devaluada condición femenina – inclusión/ exclusión-, – mujeres trabajadoras, jornadas laborales, tercerización, brecha salarial, tareas de cuidado, explotación en el ámbito público y en el de su privacidad y vida familiar -.
En este clima político es que a principios del siglo XX comienza cobrar fuerza el movimiento feminista, y crece la politización de la maternidad como medio para obtener los ansiados derechos políticos.
Dora Barrancos analiza a la subordinación de las mujeres como juego pendular de la inclusión/exclusión, habla de como un término convoca al otro.
Cómo se conceden cuotas de reconocimiento, mientras se asegura que no se dispongan de todos los derechos.
Se visibilizan algunos desempeños mientras ocultan otros, parece que se los considera mientras menos se los dignifica.
Como el esfuerzo de hacer visible las realizaciones en mano de mujeres declina frente a la condescendencia con que se absuelve de responsabilidad a los varones.
Como resultado la virilización del carácter, la contención temperamental para transitar medios y espacios desiertos de mujeres y estar a la merced de aparecer y desaparecer de las consideraciones políticas.
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