Día de la Independencia: Las mujeres de la Revolución


Por Marisa Flores.

Las mujeres de Salta

La lucha revolucionaria por la independencia y los intentos realistas de reconquista fueron recurrentes en el noroeste argentino. La invasión de los ejércitos hacía estragos en las poblaciones de Jujuy y Salta, donde eran combatidas con gran eficacia por el general Güemes y un “ejército en las sombras” compuesto por mujeres de todas las extracciones sociales.

Quizás la más conocida es Magdalena Güemes, “Macacha”. Hermana del general, fue su principal aliada política, consultora permanente, representante diplomática, su “ministra sin cartera”.

Trabajando en el mismo sentido queremos traer a algunas mujeres no tan reconocidas por la historia, pero de actuación destacada.

El secreto del éxito militar y político sobre la reacción fue el uso de estrategias poco convencionales en las tácticas de guerra. La más conocida fue la guerra de guerrillas, o guerra gaucha de los “infernales” de Güemes, que utilizaban a su favor el conocimiento del terreno para emboscar al enemigo, haciendo ataques relámpago en grupos pequeños.

Para ello fue crucial contar con información sobre los planes del enemigo y esto quedó en manos de organizaciones de mujeres espías que se jugaron la vida en este menester.

María Loreto Sánchez Peón de Frías nace el 3 de enero de 1777 y pertenece a la alta sociedad salteña. Se casa con Pedro Frías, un oficial del ejército revolucionario.

Valiéndose de su posición privilegiada mantiene contactos con la alta oficialidad realista haciendo tareas de inteligencia. De hecho, fue la jefa de Inteligencia de la Vanguardia del Ejército del Norte y autora del plan continental de Bomberas, aprobado y autorizado por el Gral. Güemes.

Lideró Las Damas de Salta, un grupo conformado por amigas y conocidas, ayudadas por sus hijos y criadas.

Estas actividades eran bien variadas, iban desde organizar tertulias, bailes y reuniones para extraer información, entre bailes y charlas, hasta disfrazarse de vendedora de pastelitos en la puerta del cuartel. Los datos recogidos se ocultaban en los huecos de los árboles para que los retiraran más tarde las fuerzas revolucionarias.

Fue famosa la forma en la que frustró un ataque sorpresa que los realistas tenían planeado para invadir el Valle Calchaquí en 1817.

En el baile que había organizado se entera por boca de un oficial y sale en medio de la noche a caballo a dar el aviso, situación que permitió organizar la defensa y derrotar al enemigo.

Su actividad se extendió desde 1812 hasta 1822, en todo el periodo de la Guerra Gaucha con el General Güemes.

Las acciones de estas mujeres fueron detectadas y duramente castigadas por los ejércitos realistas. No fueron pocas las circunstancias penosas y las extensas “visitas” a las mazmorras del Cabildo de Salta.

Es paradigmático en este sentido el caso de doña Juana Gabriela Moro de López, “la emparedada”. Generalmente su mención viene de la mano de María Loreto pues era estrecha colaboradora y participaba en todas las sociedades de ayuda a la causa de la revolución.

Juana nace el 26 de marzo de 1785 en Orán, trasladándose a Salta luego de su matrimonio. Allí se une a María Loreto y Macacha Güemes en el liderazgo del plan de bomberas.

Las actividades iban desde esconder compañeros perseguidos, llevar mensajes entre las polleras, hasta disfrazarse para entrar en los cuarteles enemigos y obtener información valiosa.

Enfurecido con el accionar de esta mujer, el general Pezuela que luego sería virrey del Perú, la obligó primero a llevar pesadas cadenas en forma de castigo público y luego, por reincidente la condenó a muerte por inanición, emparedándola dentro de su casa.

Afortunadamente una familia realista vecina de Juana se apiadó de ella y haciendo un hueco en la pared le pasó alimentos y agua hasta que pudieron liberarla las tropas de Güemes.

Su última gran intervención fue atravesar la provincia a caballo disfrazada de colla para dar aviso de la llegada del ejército de Arenales.

Luego de varios años de silencio, en 1853 se la vuelve a encontrar encabezando un reclamo ante las autoridades nacionales por no permitir que las mujeres, que tan destacado papel habían tenido en las luchas de emancipación, juren la nueva constitución.

MARIA REMEDIOS DEL VALLE, Madre de la Patria.

Nació en la ciudad de Buenos Aires, en 1766. Afrodescendiente, esclava liberta, durante la Segunda invasión inglesa al Río de la Plata, tiene un actitud destacada auxiliando al Tercio de Andaluces, uno de los cuerpos milicianos que defendieron la ciudad.

Al producirse la revolución del 25 de mayo de 1810 y organizarse la primera Expedición Auxiliadora al Alto Perú, María Remedios se incorporó a la marcha acompañando a su marido y a sus dos hijos, quienes no sobrevivirían a la campaña.

En 1812, acompañó la campaña de Belgrano en Tucumán. Los soldados comenzaron a llamarla “Madre de la Patria” y tras la victoria de Salta, en mérito a su valor, Belgrano la nombró capitana. Luego sobrevinieron las derrotas de Vilcapugio y Ayohuma, donde María Remedios fue herida y tomada prisionera. Sin embargo aún en tal escenario ayudó a escapar a varios oficiales patriotas, lo que enfureció a los realistas.

Fue capturada y sometida por orden del realista Pezuela a nueve días de azotes públicos que le dejaron cicatrices imborrables; pero logró escapar.

Se incorporó a las fuerzas de Güemes y Juan Antonio Álvarez de Arenales, para otra vez cumplir una doble función, la de combatiente y enfermera. Cuando cumplió 60 años, ya terminada la guerra, María Remedios del Valle volvió a Buenos Aires.

El escritor Carlos Ibarguren afirma que vivía en un rancho en la zona de quintas en las afueras de la ciudad, y frecuentaba los atrios de las iglesias de San Francisco, Santo Domingo y San Ignacio, así como la Plaza de la Victoria (hoy Plaza de Mayo) ofreciendo pasteles y tortas fritas, o mendigando, lo que junto a las sobras que recibía de los conventos, le permitía sobrevivir.

Cuentan que, cuando mostraba sus cicatrices y relataba de dónde provenían, era tildada de demente o senil. En esta situación permaneció hasta que, en 1820, el general Juan José Viamonte la reconoció en la calle y gestionó para María Remedios una pensión.