Por Mere Echagüe
Yo no sé qué se hace ahora. Nunca viví en este mundo en el cual lo que falta, desde estos ojos, es tanto.
Falta tu sonrisa, claro, faltan esas piernas enardecidas por correr y correr, y avanzar y llegar tantas veces tan lejos, que hasta nos hace empezar a creer después de tanto soñar.
Somos hijes de nuestra época y en nuestra época no tuvimos demasiadas alegrías. Te miramos a vos, allá, tan alto, tan grande, y no parecías estar muy lejos, a diferencia de otras estrellas. El mundo conoció Villa Fiorito porque no lo dejaste de nombrar, ni bajo techos de oro, ni sobre autos carísimos, ni en sus caras ni en sus canchas.
No dejo de pensar en lo mucho que se pierden les niñes que no te verán jugar más que en compilados de YouTube de tus goles esplendoroso o tus jugadas maestras. Conocerán, entonces otres ídoles, y serán, como nosotres, hijes de su época. Tendrán sus contradicciones, amarán y odiarán también a muches que en tu lugar hubiesen actuado diferente. Pero a nosotres nos tocó vivir la épica de tu vida y tu carrera, mirarte como en una película, como en un sueño, el pobre que sí llegó. Y es el mejor del mundo. Es perfecto en el arte deportivo creado por los ingleses llamado football. Lo rebautizaste llamándolo potrero, picadito, el fúbol, jugar a la pelota. Siempre jugaste y lo hiciste con gracia, con magia. Jugaste toda tu vida con una pelota tatá, la que está prendida fuego, esa a la que todes hacemos una ronda para mirar, a ver quién la toca, a ver quién se quema, en las fiestas del barrio.
No sos un ejemplo a seguir y eso lo tenemos bien claro todes al llorarte. Nadie querría, nadie osaría, ser como vos.
Fuiste valiente como muches, pero tuviste además la sabiduría de serlo frente a los poderosos, a los del chumbo en la cintura y el micrófono en la mano. Te apropiaste de la responsabilidad de alegrar a todo un pueblo, te comiste el mundo de a bocados furiosos, te plantaste, te rompieron y volviste. Te descuidaste y te las mandaste todas. Tuviste la valiente grandeza de pedir perdón y resignificarte.
Nos pusiste frente a los ojos todas esas contradicciones que representamos como sociedad, te dejaste criticar constructivamente. No te cuidaste de las destructivas armas de quienes te exigieron todo y te demandaron todo, y no te devolvieron nada.
Me gustaría abrazar a mi viejo porque hasta tuviste la inconsciente habilidad de acercar aunque sea por un rato a las personas. No importa el humor ni la distancia ni la brecha generacional ni el género, hablar con el viejo del Dieguito es tener una excusa para llamarnos y explotar esa última posibilidad de compartir algo, una pasión, una ilusión, algo en lo que estar de acuerdo.
Desde estos ojos te mira una niña criada frente al televisor de su casa en la que el fútbol era una ceremonia dominical inalterable. Estos mismos ojos que ven inquebrantable tu sonrisa en los murales del barrio, que ven tu cara paseándose tatuada en piernas y en brazos y en corazones. Me sacás un suspiro, miro a los lejos, sonrío y digo al aire que te quiero, desde una esquina de La Paternal, que hoy te llora y te canta y te recuerda con tu nombre en lo más alto de la cancha de acá nomás.
Fuiste mito en tiempo presente. Gracias por poner tu todo al servicio de nuestra alegría.
Te amo, te odio, dame más.