Tercera recomendación literaria a cargo de Matías Cukierman para el portal de Fm Boedo: El Enigma Spinoza de Irvin D. Yalom.
Por Matías Cukierman
Creo que con el tiempo me reconozco sujeto de hipervínculos, lector mediado por la forma en que el mundo (la percepción de la realidad, en rigor) se me presenta. Tal vez por eso prefiero siempre hablar de varios textos a la vez y no centrarme en uno solo. Para empezar a hablar de El enigma Spinoza necesito decir primero que su lectura provocó un efecto singular en mí. Puede tratarse de un judaísmo no practicante más atado al allenismo de Woody y lo inmanente del recuerdo al respecto en el colectivo, a cierta memoria de tradición más que de creencia, o a la necesidad de una pertenencia inalcanzable mientras los dogmas alejen a las personas libre pensantes entre las que prefiero incluirme.
Después de El enigma Spinoza me interesé en profundizar en por qué fue excomulgado. Me apasioné con Spinoza (¿qué pensaría de mi afección por su obra?). Así llegué a Las cartas del mal. Correspondencia Spinoza-Blijenbergh con comentarios de Gilles Deleuze y editado por Caja Negra para después embarcarme en un proyecto más ambicioso que lleva al menos cinco o seis años: la lectura y entendimiento de la Ética demostrada según el orden geométrico de Spinoza. El día que la termine está proyectado adentrarme en los tratados teológico-político y de la reforma del entendimiento. Pero para eso… falta…
El enigma Spinoza es una novela en la que se cruzan las vidas de dos personajes totalmente distanciados por el tiempo y por formas diferentes de ver el mundo. Para lograr contarnos estas historias Irving Yalom traza un vínculo que funciona como disparador de toda la novela: la supuesta obsesión de Alfred Rosenberg, colaborador de Hitler, por la obra de Baruch Spinoza, uno de los filósofos más importantes de la corriente racionalista junto a Descartes y Leibniz, judío excomulgado.
Yalom se vale de sus conocimientos en psicología y una virtud narrativa para, creación de personajes secundarios de por medio, contar la historia de Spinoza desarrollando su vida interior suponiendo que, como todo ser humano, “debe de haber luchado contra los mismos conflictos humanos básicos”. Las fuentes a las que pudo recurrir eran pocas: salvo por las mencionadas correspondencias epistolares, no parecen haber existido detalles salientes de su vida, conflictos, enemistades, amores. Así llega, entonces, al disparador de esta obra.
En efecto, nos relata el autor que en su visita al Museo Spinoza en Rijnsburg da cuenta que ese lugar fue saqueado por grupos de tarea nazis por orden de Rosenberg, cuyo informe detalla que “contiene valiosas obras tempranas de gran importancia para la indagación del enigma Spinoza”. De esta curiosidad nace la novela que, por supuesto, crea un relato ficticio centrado en las personalidades de estas dos figuras más que en resolver el misterio.
El resto es historia conocida: Spinoza fue un libre pensador holandés excomulgado de la comunidad judía de Amsterdam por sus ideas más cercanas a Dios que a las instituciones que le representan. Vivió de modo austero y así murió, auxiliado por sus discípulos y amistades. Rosenberg fue, como ya dijimos uno de los máximos jerarcas del nazismo. Lo horripilante de su pensamiento fue considerado más por el tribunal que lo condenó en Nuremberg que por sus propios colegas nazis. Culpable, fue ahorcado y fotografiado para garantizar al mundo su muerte junto a los máximos jerarcas del régimen. Luego, los hornos de Dachau se encendieron por última vez para llevarse a sus creadores.
Esto debería bastar para invitarte a leer la novela y, sino, un par de proposiciones de su Ética podrían ayudar:
Cada cual apetece o aborrece necesariamente, en virtud de las leyes de su naturaleza, lo que juzga bueno o malo.”
“Quien se deja llevar por el miedo, y hace el bien para evitar el mal, no es guiado por la razón.”
Proposiciones xix y lxiii de la Cuarta parte de la Ética.